Desde el último tercio del siglo XIX, el concepto de trauma se ha ido ampliando más allá de su origen médico-quirúrgico debido a la implicación y el interés de múltiples disciplinas. Inicialmente tuvo una estrecha relación con los conflictos bélicos y la huella que estos dejaban sobre los que participaban en ellos, el llamado shock de trincheras. A partir de esta idea y con las dos guerras mundiales de por medio, el estudio de la neurosis de guerra adquiere una dimensión, una de carácter más colectivo e identitario. Durante las últimas décadas del siglo XX se comienza a indagar sobre el “síndrome del superviviente” y cómo podría afectar a generaciones posteriores. En este sentido, cobra especial relevancia el término acuñado por Marianne Hirsch de “post-memoria” que se refiere a la vinculación que tiene la “generación posterior” con el trauma cultural, colectivo o individual vivido por sus predecesores.

La primera vez que se introduce el término de trauma histórico es gracias a la doctora María Yellow Horse Brave Heart en 1995 que lo define como una herida profunda perpetuada a lo largo de las generaciones, consecuencia de trágicos acontecimientos sobre un grupo concreto de personas. A partir de este momento, este término comienza a enriquecerse por múltiples perspectivas. Desde el campo de la historia, la imagen y la cultura destacan las ideas sobre la pervivencia de las imágenes expuestas por Aby Warburg y Didi Huberman y el acercamiento a la idea de trauma mediante la memoria histórica o colectiva de la mano de Maurice Habwachs, Pierre Nora y Aleida Assmann. En el ámbito de los estudios culturales algunos autores como Cathy Caruth y Jeffrey C. Alexander promueven la difusión y progresiva culturalización del trauma como fenómeno colectivo. A partir de este momento el estudio del trauma logra alcanzar una dimensión pluri e interdisciplinar.